Ya los monopolios no son lo que eran
Parece existir algo así como un concepto de monopolios buenos y monopolios malos que, en esencia contradice no al capitalismo salvaje, sino a la economía política.
Caída la selección mexicana por la vía del temblor de patas a la hora buena cuando estaban a punto de romper todos los mitos y los tabúes, y en lo que comienza la Copa Mx, que es un dechado de emociones, y luego de la triste caída de Brasil (quizá haya que agradecerle a Robben, como bien ha dicho El Cerdotado, por impedir con su clavado que no tuvimos que experimentar una goliza estilo Youporn), el público conocedor se decanta en las tribunas por uno u otro actor preponderante con derecho decidir.
Y para tomar partido, como aparentemente hicieron los partidos en San Lázaro, los mexicanos toman en cuenta elementos muy particulares. Así, de la misma manera en que dividen al pueblo bueno del pueblo malo, parece existir algo así como un concepto de monopolios buenos y monopolios malos que, en esencia contradice no al capitalismo salvaje, sino a la economía política: por su naturaleza no hay tal cosa como un monopolio bueno ni en cuyos estatutos no escritos se encuentre la obligatoriedad de actuar como hermanitas de la caridad.
Es lo mismo que pasa con las tragedias. A menos que sean producto de la falta de rigor y de observancia, como ocurrió en Ecatepec. Mientras se impidió con lujo de autoritarismo que no se llevara un espectáculo de heavy metal, cuando cada semana se realizan decenas de bailes y conciertos todos improvisados, desprovistos de seguridad hasta que, como el fin de semana pasado, se desatan las crónicas de un desastre anunciado. Lo bueno es que don Eruviel ya prohibió los actos masivos, no se sabe si incluyó sus propios shows autocomplacientes.
Está bien que los grupos monopólicos hayan pasado por una especie de crisis de identidad cuando su preponderancia pasó a transformarse en un karma, pero lo cierto que lo suyo, lo suyo no es el comunismo primitivo. Aunque es curioso que los actores políticos, las personalidades periodísticas, los opinadores de ocasión y el perradón en general crean en efecto que esto es posible y que según sus extraños juicios y arbitrios, e intereses personales, los depredadores dominantes puedan tener alguna clase de código de ética y criterios veganos que no paganos. Como sea, lo siento por los entusiastas porristas de los héroes de esta loca película de plutócratas, papá, pero a estos ya esto les da pena y les urge que dejen de encasillarlos como actores preponderantes. Al parecer esas cosas ya no son buenas para el negocio. Ya los monopolios no son lo que eran.
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