Yo Soy Discapacitado
El pasado tres de diciembre se celebró el Día Internacional de la discapacidad, mismo que justificó eventos, discursos e infinidad de actividades; no obstante, aún teniendo el fenómeno en nuestras narices, aún como sociedad y gobierno no hemos podido dimensionar la realidad del problema y los caminos posibles para disminuir las dificultades que los discapacitados enfrentan hoy en día.
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Fui invitado a discernir sobre el asunto en un programa radiofónico, dada mi “gran experiencia”, debido que tengo una hija con discapacidad intelectual –síndrome de Down– y se supone que algo debe uno saber sobre el tema ¿Cómo empezar sin lugares comunes?
Primero debe uno estar informado lo más posible y así supe que al menos en México el 10 por ciento de la población padece de alguna discapacidad. No es poco: piense que de cada diez mexicanos hay uno con alguna tipo de problema que lo discapacita. Pero no está en esta estadística la discapacidad generalizada, que por evidente no entra en la numeralia, que es la necesidad de usar lentes a cierta edad de la vida. Cuántos de nosotros requerimos apoyo visual para leer, por ejemplo. No se contabiliza.
Por tanto, podemos entender la discapacidad como la imposibilidad de hacer alguna cosa que los otros sí pueden. Pero en esos términos la gran mayoría de nosotros tenemos algún tipo de discapacidad. Siendo así, ¿por qué parece que nadie se da cuenta y, por ello, las políticas de gobierno en ese sentido son pobres o sólo de discurso?
Empezando por la poca amigabilidad en casa, y terminando por los presupuestos y el contexto social, las y los discapacitados enfrentan un mundo en contra que no les permite un pleno desarrollo de su intelectualidad, habilidades físicas y sociales. Por ello, la mayor parte de las veces no obtienen un empleo y requieren ser subsidiados inevitablemente por la propia familia y casi nunca por el estado.
En el ámbito familiar, regularmente son tratados como “especiales” lo que ya los distingue de los otros miembros de la familia y genera en muchos casos animadversión o por el contrario, condescendencia extrema. Esto debido a que no hayni se ha generado una cultura de integración en absolutamente ningún sentido. No se sabe cómo tratar al discapacitado: qué quiere, qué piensa, cuáles son sus metas, sus sueños. ¡Sorpresa! Sus deseos son extraordinariamente iguales que los demás miembros de nuestra familia y sociedad.Sabiendo esto, la pregunta es: ¿Porqué los discapacitamos?
Hoy por hoy, los discapacitados van a escuelas especiales, en el mejor de los casos. Existen algunos que son escondidos –no se espante, ocurre-.
No obtienen empleo porque no han tenido oportunidades de educación ni de capacitación laboral –estoy generalizando, por supuesto-, tampoco tienen muchas posibilidades de movilización y su derecho al libre tránsito se encuentra por tanto subrepticiamente restringido.
En el caso de la discapacidad intelectual, por ejemplo, no existe una sola escuela pública o privada que acepte a estos niños y jóvenes en grupos integrados. Ello conlleva ya en sí una discriminación. Si bien es cierto que una o un joven con síndrome de Down de unos 20 años, equivale intelectualmente a un niño de ocho, pues en ese grado de una escuela integrada debería estar. Por un lado, estas personas pueden aprender a leer y a escribir en ese contexto, dado que su derredor coadyuva con su esfuerzo y por otra parte, los niños, compañeros suyos se nutren del aprendizaje del otro como su igual, aprenden la tolerancia, la solidaridad, la fraternidad y la fidelidad, entre otras muchas cosas más. En México, estamos negando esa posibilidad. Tal vez es un esfuerzo que nadie quiere emprender. Mayor trabajo para el maestro y unos padres que se negarían a que un joven con síndrome conviva con sus hijos. No se hagan, así es... como dice sabiamente Libertad, mi hija.
En resumen: en lo que los políticos se ponen las pilas –que mientras no exista una sociedad organizada, seguirán igual- corresponde a la familia de los discapacitados buscar formas de asegurar un mejor porvenir para sus hijos. Hay que empezar desde adentro, el trato debe ser igual al de los otros hijos: saber escuchar. Si los murmullos de los hijos cuando necesitan ayuda son a veces inaudibles, el susurro de los hijos discapacitados es apenas perceptible. Afinemos el oído.