YOLO García Márquez
No obstante su portentosa capacidad narrativa, no hay manera de que el colombiano hubiera podido concebir personajes de la naturaleza de Carlos Salinas.
Quizá fue la semejanza de México con Macondo lo que trajo a García Márquez a este territorio que tiene algo de Cruz y de El Pantera. Del realismo mágico al sincretismo trágico solo hay un paso. Luego, cuando después de muchos años en aquella tarde remota vio que todo esto superaba cualquier increíble y triste historia que hubiera imaginado con abuela desalmada incluida, el escritor decidió que tenía que aclimatarse en esta geografía ignota para ver cómo la industriosa realidad nacional superaba su fértil y feraz imaginación hecha de mariposas amarillas, estirpes condenadas y náufragos vinculados a otoños y patriarcas.
¿Cuándo hubiera imaginado el retorno del PRI cual tribu de mangostas azotando Aracataca, luego de haberlo visto frente al pelotón de fusilamiento blanquiazul que lo dejó vivir quién sabe qué dudoso atavismo agropecuario?
Y lo del alucine michoacano, Gabo (como le llaman aquellos que no saben que decirle así nomás tan confiadamente da más pava que hacer el amor con calcetines como afirma en El olor de la guayaba) jamás se hubiera atrevido a idear una maldición tan abisal y despiadada, arquetípica y demencial, solo para que sus personajes conocieran más desgracias que los 17 aurelianos.
Bueno, no obstante su portentosa capacidad narrativa, no hay manera de que el colombiano hubiera podido concebir personajes de la naturaleza de Carlos Salinas, ese inescrutable facilitador social (tanto que dicen que ha facilitado su jugosa subvención como ex presidente aunque curiosamente sigue viviendo cual pachá), que hoy afirma lapidario que García Márquez no buscaba al poder, sino que éste lo buscaba a él, al evocar sus intermediaciones para un diálogo entre Clinton y Castro. Y es que el autor de La hojarasca sí era preponderante, no como otros.
Digo, de no haber recalado en México, cómo diantres habría podido concebir la idea de un personaje como el padrote Maciel, que superaba con creces a cualquiera de sus criaturas hechas de activismo sádico pero despótico.
Solo en México pudo establecer contacto con más maravillas y maleficios que en cien años de soledad en aquellos lares donde las piedras del río semejan huevos prehistóricos, aunque el mítico Melquiades desde su rústica sapiencia de gitano hubiera vislumbrado en una tarde ardiente, al ritmo de YOLO, el internet, el Whatsapp, Facebook y Twitter.
Recuerdo cuando conocí a García Márquez en un avión y cómo en medio de todos aquellos pasajeros se apareció con algo imposible: con un ejemplar de Cien años de soledad.
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