Soraya Jiménez no aguantó el peso de su 'cruz'
14 operaciones, pérdida de un pulmón, 5 paros cardirrespiratorios...
SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- Las enfermedades de Soraya Jiménez Mendívil comenzaron a pesar más que los 225 kilos que levantó en Sídney 2000 para ganar la medalla de oro.
Diez años después de convertirse en la primera mujer mexicana en ganar una medalla dorada en Juegos Olímpicos, la pesista ya cargaba con 14 operaciones de rodilla, pérdida de un pulmón y cinco paros cardiorrespiratorios.
Por si fuera poco, en 2009, la exatleta olímpica cayó en estado de coma a consecuencia de la influenza A H1N1 que la mantuvo al filo de la muerte durante dos semanas.
En una entrevista que concedió a la revista Proceso, la medallista aseguró que el haber sufrido tres veces influenza B le bajó las defensas a tal grado que una gripa hacía peligrar su vida.
La mayor pérdida a causa de estos “ataques” de la influenza fue precisamente la de su pulmón derecho; incluso, en la misma entrevista con Proceso, Soraya asegura que en una de tantas veces que cayó en el hospital escuchó ‘ésta se va a morir’.
En octubre de 2002, la Federación Mexicana de Halterofilia informó que Soraya había dado positivo en un control antidopaje del Campeonato Panamericano de Venezuela, por lo que fue inhabilitada por seis meses.
Tiempo después, se dijo que Soraya había falsificado sus documentos universitarios (de la Universidad Nacional Autónoma de México) como pasante de Administración de Empresas para poder participar en el Campeonato Mundial Universitario de 2002 en Izmir, Turquía.
Los problemas llegaron al extremo de obligarla a acudir a escondidas (en la cajuela de un automóvil) a los entrenamientos; más tarde, el Comité Olímpico Internacional (COI), la “eximió” del supuesto dopaje.
El sueño
Según milenio.com, cuando inició en la disciplina, la halterofilia (en la rama femenil) no figuraba en el cartel olímpico, si bien en su sueño sólo aspiraba a ser campeona mundial (que lo logró en Bulgaria unos meses antes de los Olímpicos), una oportunidad de oro se dio en Sídney, donde ni tarda ni perezosa se apuntó para participar en el máximo evento deportivo del mundo.
Así, un exhaustivo trabajo de diecisiete años fue coronado con el laurel dorado (Sídney 2000), que llegó a la vida de Soraya Jiménez como un revulsivo, ya que las miradas apuntaron hacia ella y fue motivo para que se le pusiera atención a las mujeres, eternas olvidadas, no sólo en el deporte, sino en la mayoría de los ámbitos.
“Trescientos sesenta grados te cambia la vida totalmente, dejas de ser la persona que quizás algunos sabían que eras deportista, pero no sabían al cien por ciento lo que hacías, quizá no te volteaban a ver a la calle, porque... bueno, sí salías o no salías, pero no se enteraban, y ahora de ser, pues no una desconocida porque no lo era, pero sí de no tener reflectores a tenerlos encima sí te cambia muchísimo”, diría la atleta.
Y es que lo conseguido por Soraya abrió las puertas a la “revelación de la mujer” en todos los sentidos, pues rompió varios tabúes que oprimían las aspiraciones femeninas.
Una década en la que la vida de la atleta dorada cambió en todo sentido, cosas buenas y malas le sucedieron, las cuales tomó con mucha filosofía y le dejaron un aprendizaje invaluable que le sirvió para crecer más allá del ámbito deportivo, como persona.
Después de los años difíciles, Soraya se dedicó a transmitir todas las experiencias que tuvo a lo largo de su carrera.
Planeaba ser madre y esposa, pero la muerte la sorprendió ayer, cuando un paro cardiorrespitorio le robó el último aliento y la convirtió en leyenda.