Conoce la trágica leyenda que hay detrás de la esquina de El Degollado en Mérida
Hace poco un hombre atentó contra su vida en ese mismo lugar
MÉRIDA, Yuc.- En los tiempos de la Colonia y durante el México del Porfiriato, a las esquinas y calles de Mérida no se les mencionaba por nomenclatura sino con nombres que se referían a algo físico, a un hecho o a una leyenda.
Tristemente la esquina conocida como El Degollado, en el Centro Histórico de Mérida, volvió a tomar relevancia, pues el pasado viernes 14 de octubre en ese mismo lugar, un hombre se lesionó gravemente con un cutter en varias partes del cuerpo, pero afortunadamente los paramédicos evitaron que falleciera.
Este suceso hizo recordar la vieja leyenda sobre la esquina de El Degollado, que aún queda en la memoria de los meridanos y que a continuación te damos a conocer.
El Degollado
La hasta hoy famosa esquina de “El Degollado”, en el cruce de las calles 60 por 67 del Centro de Mérida, encierra una leyenda bastante trágica.
Se cuenta que en esa esquina estaba ubicada la barbería de don Lucas Pinzón, afamado peluquero que atendía a los principales caballeros de la Mérida de finales del siglo XVIII.
Entre sus clientes se encontraba el entonces gobernador y capitán general de la provincia de Yucatán, su tocayo don Lucas de Gálvez y Montes de Oca, quien gustaba de enamorar a cuanta mujer joven y bella que se le cruzara en el camino.
El local del “estilista”, que era hijo de padre y madre criollos, iba a la vanguardia con la época y era centro de reunión de importantes personajes meridanos.
Luego de su trabajo, el barbero Lucas Pinzón cerraba el local y se dirigía a visitar a su amada Hipólita.
Ella era una joven de 17 años que vivía con su madre, doña Susana, en una modesta casa de tejas en la calle 66 por 65 y donde tenían un pequeño taller de costura y bordado.
Para llamar a su amor, Lucas silbaba y entonces “Polita” o “Lita”, como de cariño le decía, abría un postigo y luego la puerta, para que enseguida ambos tórtolos se fundieran en un abrazo.
Esa romántica escena sucedía noche a noche hasta que un domingo por la mañana “Polita” fue con su madre a un festejo religioso en el atrio de la iglesia de Monjas (64 por 63), al que también acudió casualmente el gobernador don Lucas de Gálvez.
Su excelencia, como ya dijimos, era muy mujeriego, así que enseguida puso los ojos en Hipólita y momentos después, el señor De Gálvez abordó a la chica y tras una breve plática ofreció llevarla a su casa en su lujoso carruaje.
En el trayecto, el mandatario, que casi le triplicaba la edad a la guapa jovencita, la llenó de halagos y durante esa plática, don Lucas, que por entonces tenía 50 y tantos años, supo que en días próximos la muchacha cumpliría sus 18 años y le prometió enviarle un presente e irla de nuevo a visitar.
El día del cumpleaños de “Polita”, Lucas el barbero se apuró como nunca para terminar con su numerosa clientela y luego compró un modesto presente para su novia, y lleno de ilusión se encaminó a su casa.
Esa noche pediría a doña Susana la mano de su hija. Como acostumbraba, entonó su peculiar silbido para que Hipólita le abriera, pero no hubo respuesta.
Entonces se decidió a tocar la puerta, y doña Susana, con rostro poco amigable, le franqueó el paso y tras preguntarle qué deseaba y el barbero contestarle que quería hablar con su hija, la señora llamó con desgano a la muchacha, quien ni siquiera se tomó la molestia de salir.
Desde su habitación, cuya puerta daba a la sala, sólo se concretó a decir: “Mamá, dile al barbero que tenemos esta noche una visita muy importante y que es mejor que se retire”. Había cambiado a un Lucas pobre, por un Lucas rico y poderoso.
El frustrado galán con el corazón partido en mil pedazos, terminó metiéndose en una taberna cercana a ahogar sus penas en alcohol.
Ya bajo los efectos etílicos, Pinzón salió dando tumbos, sosteniéndose en las paredes, y llegó con mucho trabajo a su barbería, que también era su casa.
Completamente derrotado anímica y moralmente, cayó en una profunda depresión y decidió acabar con su existencia, por lo que tomó una de sus navajas, le sacó filo con la lija de cuero y sin pensarlo más se sentó en el sillón de la barbería y se rebanó el cuello.
Cabe señalar que a la esquina donde vivía Hipólita el populacho la bautizó como “La Veleta” y a la esquina donde se mató el barbero, “El Degollado”.
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