¿Se apaga la Ciudad Luz? París llora su cautiverio y anhela su liberté
Con toque de queda, sin turistas ni museos y el cierre de restaurantes, la ciudad es prisionera de la pandemia.
París.- París ha desaparecido por ahora, desprovista de su sangre vital por el cierre de todos los restaurantes, con sus noches silenciadas por un toque de queda a las 18:00 horas destinado a eliminar el pasatiempo nacional del aperitivo, y la sencillez de sus cafés perdida ante el desánimo nacional.
La desgracia se ha apoderado de la Ciudad Luz.
Los tabúes caen. La gente come sandwiches bajo la llovizna en bancas de la Ciudad. Ceden a la comida para llevar. Cenan temprano, una americanización abominable. Contemplan con resignación las ofertas escritas en pizarrones de restaurantes que aún prometen una blanquette de ternera o un boeuf bourguignon. Estos menús son fósiles del mundo prepandémico.
Desaparecieron los museos, los barcos llenos de turistas que surcaban el Sena, las terrazas en las banquetas que ofrecían sus placeres al atardecer, los cines, el deleite casual de los paseos a pie y las charlas estridentes.
En su lugar, una tristeza gris se ha asentado como niebla en la Ciudad.
"La tristeza parisina no es simplemente climática", escribió el autor Saul Bellow en 1983. "Es una fuerza espiritual que actúa no sólo sobre los materiales de construcción, paredes y azoteas, sino también sobre tu carácter, tus opiniones y tu juicio. Es un astringente poderoso".
Sin embargo, Bellow aún podía detenerse para disfrutar un sauvignon blanc y un plato de embutidos cuando la "grisalla parisina" -ese monocromo sin fondo que puede envolver incluso a la Torre Eiffel- lo deprimía.
No así en este invierno húmedo, al tiempo que crece el número de víctimas del Covid-19 y las calles fantasmales de París se siguen una a la otra.
"Es de una tristeza absoluta", dijo Alain Ducasse, el célebre chef, cuando le preguntaron cómo se sentía París estos días. "Es un encarcelamiento terrible. Los franceses no están acostumbrados a la vida sin su aspecto social, una bebida en un café, un roce, un beso".
Sí, incluso el "bisou", el beso en ambas mejillas que es un rito de saludo o despedida, ha desaparecido.
Con más de 75 mil personas muertas en Francia a causa de la pandemia, todo el mundo comprende las restricciones impuestas. Casi todas las principales ciudades del mundo han tenido que soportar la pérdida de vidas, de empleos y de estilos de vida.
En París, el hoyo en su corazón es la ausencia de la sensual cordialidad que hace soñar a la gente.
Es la desaparición de los placeres que los franceses llevan siglos refinando en la creencia de que no tienen límites.
Frédéric Hocquard, responsable de turismo y vida nocturna en el Ayuntamiento, dijo que el número de turistas disminuyó alrededor del 85 por ciento el año pasado en París. Las visitas al Louvre y Versalles, ambos ahora cerrados, cayeron 90 por ciento. La ocupación hotelera es de alrededor del 6 por ciento.
Sin embargo, el número de parisinos que subió a la Torre Eiffel el año pasado se duplicó. "Una de las características de un verdadero parisino es que nunca ha subido a la Torre Eiffel", señaló Hocquard. "Empezamos a cambiar eso".
Esta desgracia parisina tiene otras ventajas. El tráfico fluye. Los mercados siguen de pie con sus descascaradores de ostras de ojos brillantes, sus carniceros que tardan cinco minutos en atar cada codorniz, sus quesos camembert que provocan debates sobre su madurez y sus pastelillos babá al ron con pequeñas jeringas para inyectar el ron.
Hocquard tiene la mira en abril y mayo, planeando conciertos y otras actividades al aire libre en parques, a orillas del Sena e incluso en aeropuertos subutilizados.
Una atracción que aún funcionaba era el carrusel en el Jardín de las Tullerías. Un par de niños daban vueltas y vueltas en los coloridos caballos, un avestruz, un auto, un avión, un barco y los dos carruajes de Cenicienta.
En una pared, los transeúntes podían ver placas honrando a combatientes franceses muertos durante la liberación de París en 1944. El más joven, Jean-Claude Touche, tenía 18 años. La pandemia, en algunas maneras, ha impuesto condiciones de guerra en una época de paz.
Con su diálogo de tiempos de guerra de la película estadounidense de 1942 "Casablanca" -"Siempre tendremos París"- Humphrey Bogart también le decía a Ingrid Bergman que lo dejara, que se quedara con su esposo y se consolara con los recuerdos de la Ciudad de su amor. Era una invitación a lo imaginario.
Ahora, más que nunca, hay que imaginarse París.
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