Sobreviven boleros a la modernidad

“Me gusta ser bolero, gracias a lo que hago puedo dar para la comida a mis tres hijos..."

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Se han adaptado a todo tipo de calzados, como los hechos con materiales sintéticos y de tela. En su mayoría, este oficio lo desempeñan jóvenes originarios de Chiapas y Oaxaca, quienes todos los días recorren las calles de Cancún. (Ivette YCos/SIPSE)
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Pedro Olive/SIPSE
CANCÚN, Q. Roo.-  Pascual López Ruiz salió de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, hace 10 años; llegó a Cancún a trabajar como bolero, oficio que aprendió desde su estado de origen gracias a las enseñanzas de su amigo Mateo.

La siembra de maíz, frijol, calabaza, cilantro y rábanos, entre otros alimentos, ya no le permitía obtener lo necesario para comer.

“¿Va a hacer muchas preguntas?”, cuestionó al inicio de la entrevista, pero conforme avanzó la plática mostró interés en contar su historia.

“Me gusta ser bolero, gracias a lo que hago puedo dar para la comida a mis tres hijos y mi esposa, con lo que hacía en el campo no sacaba para eso”, narró el bolero.

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Durante los primeros cinco años en Cancún, caminó por las calles del centro de la ciudad cargando su cajón y su banquito, pero su organización en las ganancias que obtuvo en ese tiempo le permitió ahorrar para instalar su “puesto” en el Parque de Las Palapas.

La grasa con que lustra los zapatos se le mete en las uñas, las que siempre están negras y el olor a químicos forma parte de ellas, pero él ya no lo percibe.

“Con jabón para lavar ropa se quita todo, no queda nada de grasa, mis manos vuelven a verse limpias” aseguró.

De regresar el tiempo, no cambiaría su trabajo por otra cosa, pues gracias ello conoce personas y escucha historias, aunque también permanece callado si el cliente no le hace plática.

“No todos quieren hablar, muchos prefieren pensar y yo respeto eso, quizá tengan problemas que deben solucionar y aprovechan cuando yo trabajo para encontrar la respuesta”, dijo Pascual.

Trabaja 13 horas al día y los siete días de la semana, él es su propio patrón, pero cuando decide descansar comparte su lugar con algunos de sus amigos para que los clientes no se vayan sin bolearse los zapatos.

Aunque su familia no está con él en Cancún, pues radican en Chiapas, en casa sus dos hijos varones tienen cajón de boleros, pero aún no sabe si van a dedicarse a ese oficio; sin embargo, reconoce que la vida en su tierra sigue siendo difícil y gana más un lustrador de zapatos que un campesino.

Pascual no recomienda recurrir a los productos comerciales que prometen hacer magia en el calzado, pues solo dañan la piel y generan grietas que más tarde llegan a romperla.

“Para que el zapato quede bien limpio hay que ir con un profesional, y los boleros sabemos hacer el trabajo sin dañar el material con que los hacen”, aseguró.

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