Y tú... ¿Crees en las leyendas?

Cuentos de seres mágicos del ayer aún inquietan a los habitantes de Sabán.

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Manuel Salazar/SIPSE
FELIPE CARRILLO PUERTO, Q. Roo.- Sabán, el lugar de las mil muertes, es uno de los sitios en los que más leyendas se forjaron, ubicado en lo que hoy se conoce como la Ruta de las Iglesias.

Los habitantes de este lugar aún repasan las historias y narraciones del pasado y viven como suyas las emociones de los antiguos hombres en sus heroicas gestas.

Referente de Sabán es su iglesia, poblada de retablos coloniales y dos torres. Se trata de una de las mejores piezas arquitectónicas de corte colonial que permanece casi entera, como un testimonio de aquella época.

A un costado de la iglesia, existe un gran laurel, que es donde se ambientan historias que una y otra vez se cuentan por los antiguos chicleros, que por las noches relatan cuando cansados dejaban sus implementos y animales a la orilla del camino que conduce hacia Dziuché y que pasa muy cerca de los altos paredones del antiquísimo templo.

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Tumbados en el musgo suave de la orilla, cobijados por la noche y adormilados por el incesante crepitar de los grillos y cigarras, los hombres descansaban, según cuentan, y percibían de pronto la extraña presencia de dos personas de brillante color blanco que empezaban a jugar, cantar y bailar debajo de aquel laurel.

“Eran blancas, de forma etérea. Una de ellas era una dama de una belleza impresionante, ojos oscuros y afables, de rostro grave y largos cabellos negros, que sonreía con una mueca triste y extraña al mismo tiempo. La otra figura se reía y se acercaba siempre a ella”, explicó Victoria Yam Canché, anciana de la comunidad, cuyo esposo, hoy finado, fue uno de los chicleros que atravesó esas veredas y caminos.

Esas personas, añadió, danzaban alrededor del frondoso laurel que todavía existe y que aún conserva su lozanía de entonces. Esas apariciones, dicen, cantaban una canción desconocida que obligaba a los arrieros a dormirse y despertar alarmados al día siguiente.

Varios de los habitantes todavía hoy cuentan esa misma historia y dicen recordar aquellas canciones. Aunque aseguran que no pueden cantarlas, son portadores de esos secretos de antaño.

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