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Adormecido en una pequeña biblioteca de barrio, durante una tarde lluviosa de julio, y después de revisar sin ganas varios libros al azar, un raro sueño me llevó a recorrer esta historia, conformada por los inicios de famosas obras de la literatura, en donde un anciano de 100 años me decía:

–“Amigo mío, imagina que mediante un agujero de gusano en el tiempo fuera posible juntar en una habitación a Juan Rulfo, Fiódor Dostoyevsky, Gabriel García Márquez, Emily Bronte, Oscar Wilde, Herman Hesse, Yann Martel, Isabel Allende, Julio Cortázar y Alejo Carpentier, para pedirles que juntos redacten un breve relato sobre el hogar y el amor…Escucha ahora el resultado”:

–“Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros”. “Por fin he regresado al cabo de 15 días de ausencia”. “Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa”.

-“Regreso en este momento de visitar al dueño de mi casa. Sospecho que ese solitario vecino me dará más de un motivo de preocupación”. “El estudio estaba lleno de la fuerte fragancia de rosas, y cuando la suave brisa del verano se agitaba entre los árboles del jardín, entonces cruzaba la puerta la intensa fragancia de las lilas, o el perfume más delicado de los espinos de flores rosas”.

–“El día había pasado, como suelen pasar estos días; lo había consumido suavemente, lo había malbaratado con mi manera extraña de vivir; había trabajado un buen rato, dando vueltas a los libros viejos; había sentido dolores durante dos horas, como a veces los tiene la gente de alguna edad; había tomado unos polvos y me había alegrado que los dolores parecían haberse dejado engañar”. “Mi sufrimiento me dejó triste y abatido. El estudio académico y la práctica constante y reflexiva de la religión me devolvieron la vida”. “El primer día de sol evaporó la humedad acumulada en la tierra por los meses de invierno y calentó los frágiles huesos de los ancianos”.

–“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua”. “El rastro moría al pie de un árbol. Cierto era que había un fuerte olor negro en el aire, cada vez que la brisa levantaba las moscas”. “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”.

Sentí en mi sueño la respiración suave y tibia de estos diez personajes y pude percibir sus sonrisas de satisfacción; en ese momento un libro ambulante tropezó y cayó de un estante; desperté, sonreí, lo recogí y le dije: –“¿dónde estabas Andersen?”.

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