Yo sí le creo a Pepe Murat
José Murat quiso aclarar las cosas desde antes de que se publicara semejante canallada al tratar de comunicarse con el editor Arthur Ochs Sulzberger, para regañarlo, pero se le hizo saber, esas cosas allá así no funcionan.
Sobre todo cuando afirma categórico que ante las acusaciones de enriquecimiento inextricable, él se revela solo como dueño de un par de departamentitos de interés social en Utah, aunque no aclaró si esto se debía a que en algún momento se le olvidó la Gelaguetza y se hizo mormón o si es fan de hueso colorado del Jazz de Utah desde la época del viejo cartero Malone.
¿Ustedes no? ¿De veras? ¿Nada más porque lo señala El New York Times, un periódico sobrevalorado, como dueño de propiedades de lujo en la ciudad que nunca duerme y cuya única Casa Blanca es el Museo Guggenheim?
Y dicen que en su talante de priista de cepa, quiso aclarar las cosas desde antes de que se publicara semejante canallada al tratar de comunicarse con el editor del pasquín, Arthur Ochs Sulzberger, para regañarlo, pero se le hizo saber, a través del principal accionista de aquel medio, Carlos Slim, que esas cosas allá así no funcionan.
“No se vale, malditos puritanos”, debió de haber dicho don Pepe, que en todo caso, gracias al trabajo fecundo y creador como ex góber, hoy diputado y principal asesor del gobierno federal en materia magisterial (ya se ve lo bien que han servido sus consejos), se merecería sin duda vivir como líder petrolero.
Ya se sabe: en México todos tienen derecho a un vaso de agua, una orden de presentación y a ser aunque sea papaloy por un día.
Además, para que no digan los sospechosistas que se trató de un crédito Higa sido como Higa sido, o uno de unos depósitos en sus tarjetas Monex ni ninguno de esos mitos geniales. Igual y se trató de uno de esas promociones y asesoría en materia de reingeniería financiera creativa y recreativa que ofrecía a una clientela muy especial el banco HSBC.
Ahí donde admirables compatriotas como Hank Rohn amasaron un pequeño ahorro en materia hacendaria, que algunos confunden con evasión fiscal.
Es como si ya se nos hubiera olvidado que cuando un político mexicano hace una declaración siempre dice la verdad. Es tal su nivel de veracidad que no se sabe ni la tonada de “Mentiras piadosas”, de Joaquín Sabina, y cuyos niveles de probidad, tristemente, son inversamente proporcionales a sus niveles de su injustísima baja de popularidad.
Solo Luis Miguel, cuando afirma que dejó colgado de la brocha a su público yucateco por culpa de las descomposturas de una nave del olvido que ya había partido (y por andar hasta las chanclas, como dicen los buitres), es más creíble que Murat.
Pobre don Pepe, no lo calienta ni el sol, aquí en la playa.