Primavera de 2016

La visita de Barack Obama a la Habana, Cuba, después de un largo ayuno de más de 80 años, representó el rompimiento de la unidad americana.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Tal vez porque soy de la generación a la que le tocó ser testigo del severo conflicto de la llamada “guerra fría” con las manifestaciones no tan gélidas de las conflagraciones de Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, el Golfo Pérsico e Irán y que tuvo su punto más álgido en la “guerra de los misiles”, cuando como nunca estuvimos tan cerca de sufrir el definitivo holocausto nuclear, protagonizada por Estados Unidos y la URSS, que habían escogido a Cuba para dirimir sus diferencias hegemónicas, tengo mis dudas sobre que la gente joven pueda tener acceso a la información no manipulada para comprender en toda su dimensión la trascendencia de los sucesos que nos regaló la primavera de 2016.

Porque la visita de Barack Obama  a la Habana, Cuba, después de un largo ayuno de más de 80 años sin la presencia de un primer mandatario norteamericano y más de medio siglo de haber roto relaciones diplomáticas entre las dos soberanías que, como fuera, representó el rompimiento de la unidad americana, no deja de ofrecer la enseñanza de que podemos obtener todo lo que queramos con sólo desearlo y representa la sublime cristalización del primer lema de campaña del norteamericano: Yes we can!  ¡Sí podemos!

Y lo cierto es que tan impar ocasión no puede darse, no como debe ser, sin un par de bellos discursos, siempre que considere que la belleza tiene que ver con la racionalidad y la justicia, además de la pasión.

El de Raúl Castro que, en uso de la flexibilidad latinoamericana, expuso simplemente que para establecer relaciones  de cooperación y amistad no tenemos que estar de acuerdo en todo,  todo el tiempo, pero  sí que debemos tener la disposición para platicarlo, conversarlo. Un discurso que puede resumirse en un proverbial: “Te lo dije”. Ratificando que los cubanos, con Fidel también, siempre estuvieron dispuestos a platicar, llegar a acuerdos y asumir compromisos.

El de Obama un discurso más elaborado, como le corresponde a quien se ha visto en la necesidad de rectificar y explicar las razones. Decirle a su pueblo por qué, luego de media centuria de inercia, cerrazón e intolerancia, producto de intereses facciosos, resulta imprescindible corregir el rumbo  para beneficio de todos los pueblos.

Que no se pueden esperar resultados diferentes si continuamos haciendo lo mismo y que el bloqueo económico no ha servido para conseguir los objetivos que buscaba y sólo se había constituido en un obstáculo para la reconciliación entre los exiliados y su familia, su patria y su tierra. 

Lo mismo que para exponer la necesidad, su deseo, la urgencia de establecer relaciones plenas, económicas y comerciales, que representarían el impulso para el desarrollo de Cuba.

Contradictoriamente  allá, en la “tierra de los hombres libres”, descendientes de cubanos, sembrando odio, le disputan la candidatura republicana al príncipe de las tinieblas: Donald Trump.

Lo más leído

skeleton





skeleton